La libertad es la fantasía de crearnos

lunes, 18 de febrero de 2008

la cadena de los sueños

Algo me despertó en medio de la noche. No era un ruido, no era una luz ni tampoco una pesadilla.
Me quedé desvelado y pensé en que otra vez me tocaba dejar las horas pasar, y suspiré. Dirigí mi mirada hacia un lado y allí dormía plácidamente una chiquita. Eso me calma. Me junté a ella y la abracé.
Me siento tan cerca de ella que, a veces, empiezo a soñar, y no sé si son mis sueños o los suyos.
Esta noche soñé 5 sueños y recuerdo todo de todos.
Ella se ríe cuando se los cuento.
Hace como que me cree- se coge un mechón de pelo y juega con él, se da la vuelta, se cuelga de la cama, de golpe se levanta y se coloca encima de mí y me mira con esa cara juguetona- pero yo sé que en el fondo, piesa que me los invento. Aunque le gusta ese juego de abandonarse a la imaginación e inventarse historias y personajes. Y así vivimos.
Pero por la noche yo vivo de verdad.
En mi primer sueño aparecía yo en mi casa. Bueno la sentía mi casa pero no lo era exactamente, de esas casas en las que te encuentras como en tu hogar pero no lo son.
En mi dormitorio encontré una enorme mancha negra, goteante y putrefacta, que colgaba del techo. Era viscosa y formaba una especie de globo colgante que se movía de una lado a otro como si fuera gelatina. Lo primero que pensé fue en dirigirme al vecino de arriba, que no conocía, por cierto. Una vez en el segundo piso, me sorprendió encontrar allí un cúmulo de gente. Me abrí paso y comenté al vecino mi problema. Y sé que hablé porque recuerdo haber escuchado el sonido de mi voz, no porque surtiera efecto en persona alguna.
Cabizbajo regresé a mi apartamento bajando escalón a escalón, y en cada uno de ellos había dibujado un paisaje distinto. Tardé en llegar a mi casa, porque me entretenía a dar una vuelta por las ciudades de cada escalón. Conocí glaciares y alguna que otra mujer perteneciente a una tribu de indonesia, con la que mantuve la mirada unos minutos. Pero regresé de nuevo cansado del viaje.
Cuando abrí la puerta de mi dormitorio la mancha negra se había convertido en un enorme agujero blanco, por el que al asomarme me caí.

El segundo sueño, fue más corto y ligero. Hacía mucho calor. Estaba contigo y llevábamos chanclas. Me proponías que hiciéramos una carrera, a ver quién llegaba antes a ser felices. Acepté porque los retos me ponen. Empezamos a correr y tú te tropezabas con las chanclas, se te caían y te reías y te levantabas e intentabas agarrarme del pie, para que no te adelantara, y jugásemos a competir en la carrera, mientras no llegábamos juntos a la meta, sino que la íbamos urdiendo en cada caída, revolcándonos en la tierra y chapoteándonos en los charcos.
Creo que alguno de los dos llegó antes que el otro. Pero empezamos con chanclas y buscando una meta, y al final no teníamos ni chanclas ni fin.

En el tercer sueño me desperté empapado de sudor. No recuerdo si fue una pesadilla o no, pero te pedí agua para aclararme un poco las encías.

Aprendí a bailar bajo las sábanas en el cuarto sueño. Era bailarín profesional y mi especialidad eran las sábanas. De todo tipo, de colores chillones, transparente, estampados de flores, de satén, franela e hilo. No importaba, yo me cubría con ellas y de ellas hacía aflorar un movimiento sensual, rotundo, recto, fino y ascendente. Tú o alguien parecido a tí, me miraba. Yo lo sentía bajo el peso de las sábanas. Era éxtasis y orgasmo al mismo tiempo.
Me desperté en el quinto sueño o seguí soñando no sé.
Esta mañana abrí la ventana para airear la cama, y encontré cinco sábanas colgadas de la cuerda del vecino de arriba: la primera negra, pero que apenas se veía; la segunda tenía dibujadas unas sandalias y unas chanclas enormes en la arena y el agua; la tercera era color salmón y chorreaba agua; la cuarta estaba abultada en tres zonas, una muy punteaguda; y la quinta la acababas de colgar tú.










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