La libertad es la fantasía de crearnos

lunes, 4 de febrero de 2008

cazadora

Apareció de repente: un hombre de estatura mediana, elegante porte, cabeza brillante y ojos profundos.
En seguida me llamó la atención cierto aire misterioso que había en sus pasos.
Le seguí.
A escondidas sigilosa, y prudente. Una buena fotógrafa siempre sigue a su presa sin que ésta se de cuenta.
Pero creo que el hombre se percató.
Se giró. Miró a un lado y a otro y siguió su paso.

Me detuve y miré atrás.

Dudé.

Pensé en si entraba en las reglas del juego seguir.
Y sí.
Tenía la obligación moral de captar ese misterio, de buscarlo y descubrirlo. Por el bien de... de mí misma, para qué más?
La ruta duró más de lo previsto y recorrimos juntos varios pasajes.
Como en las novelas que leía cuando era pequeña, las aventuras siempre nos parecen más fascinantes cuando suceden a los demás, y el sufrimiento que produce intentar captar ese misterio es más intrigante en las páginas de un libro que en la vida.
En la vida no son líneas escritas la que nos atraviesan, sino heridas.
Pero este es el juego. Yo decidí entrar en él y seguir buscando.
Mi objetivo es el de las matadoras de brújulas.
Al fín de la calle nos encontramos de frente.
Por el camino había tomado varias instantáneas de su porte, de sus manos, de su perfil, de sus piernas, de sus zapatos, de su cintura, su pecho, su trasero y hasta de sus labios.
Pero no de sus ojos.
Su mirada se clavó en mi cámara.
No pude soltar el disparador y allí se quedó: en el interior de mi objetivo.
Atrapado en mi sensor.

Ya no he vuelto a cazar a ningún hombre por la calle.












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