Marcelo sabía bien lo que hacía. Nada pasaba de largo ante él. Los barcos de su abuelo aparecían cada mañana en la playa, y él des de chiquito, empezó a retratarlos. Primero, los colores, luego las formas y así iba creciendo el bueno de Marcelo. Los demás niños le admiraban y él se sabía el rey. Primero, de la pandilla; luego de las mujeres. Ahora retrata también barcos. Pero el tiempo le ha hecho elegir la tarde como momento oportuno. Se sienta o no, depende. Pero sin colores en las manos. Con menos pelo en la cabeza y un corazón que tiene bien guardado dentro. Tanto que apenas lo sentís. Mira los barcos y los retrata de nuevo, con una cámara fotográfica. Se situa detrás del visor, contiene la respiración, se contornea por la orilla hasta encontrar la posición exacta. La misma que hace años. Trata de encajar las huellas en sus pasos. Pero los años lo atraparon dentro de sus fotos y ahora se siente demasiado viejo para empezar a vivir a través de sus imágenes. Está solo y la playa es tan grande.... Demasiado para alguien que cree saber lo que hace. |
La libertad es la fantasía de crearnos
miércoles, 16 de enero de 2008
la edad de la arena
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